“Cariño, por favor, aléjate…”
Pero Amara no retrocedió.
Le revisó el pulso, le inclinó la cabeza y comenzó las compresiones torácicas tal como le habían enseñado.
“¡Necesitamos elevarle los pies, rápido!” — ordenó.
La multitud obedeció. Ella guió a las azafatas paso a paso hasta que el hombre comenzó a respirar de nuevo.
Cuando el avión aterrizó, los paramédicos corrieron hacia él. Todos miraban a la niña como si fuera una superheroína.
El hombre al que había salvado se llamaba Charles Whitmore, un millonario inversor tecnológico conocido por su carácter reservado. Antes de ser llevado en camilla, murmuró con voz débil:
“Tú… tú me salvaste la vida, jovencita.”
Amara no pensó mucho en eso. Solo quería llamar a su mamá.
Pero a la mañana siguiente, cuando despertó, su rostro estaba en todos los canales de televisión y portales de noticias de Estados Unidos.
El titular decía:
“Niña de 12 años salva a millonario en pleno vuelo — ‘Solo hice lo correcto’, dice la pequeña heroína.”
Y eso fue solo el comienzo de cómo su vida cambiaría para siempre.
El vecindario de Amara, en Atlanta, se llenó de reporteros.
Los vecinos miraban desde las ventanas, asombrados por las cámaras. Su madre soltera, Danielle, intentó protegerla del bullicio, pero era imposible detenerlo.
Charles Whitmore había sobrevivido — y quería conocer a la niña que le había salvado la vida. Llegó a su modesto apartamento con flores, gratitud y lágrimas en los ojos.
“No solo salvaste mi vida,” — le dijo con voz quebrada — “me devolviste el propósito.”
Descubrió que Amara y su madre vivían al día. Danielle tenía dos empleos, mientras Amara soñaba con ser doctora. Esa noche, Charles hizo una promesa: