Ese día lo llevé a casa. Santiago llevaba una camisa blanca y un ramo de cempasúchil, la flor que le conté que a mi madre siempre le ha encantado. Tomé su mano mientras cruzábamos la vieja puerta de la casa en Tlaquepaque. Mi madre estaba regando las plantas y nos vio.
En ese instante… se quedó paralizada.
Antes de que pudiera presentarlos, corrió hacia él y lo abrazó fuertemente, con lágrimas cayendo sin control.
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