Sigue ahí, años después, descolorido, con los colores de los crayones un poco apagados. Pero cada vez que lo veo, me doy cuenta de que la amabilidad no tiene por qué ser grandiosa. A veces es un mensaje silencioso bajo un billete, una simple nota para alguien a quien nunca volverás a ver.
Ese hombre nunca sabrá lo que significó para mí ese pequeño gesto. Pero desde entonces, cada Navidad dejo un mensaje yo mismo: en una servilleta, bajo un billete, a veces garabateado en una taza de café. Siempre las mismas palabras: "Lo estás haciendo genial". Porque ahí fuera, alguien podría necesitar esas palabras tanto como yo una vez.