Un pasajero maleducado me hizo ceder mi asiento en el avión porque mi nieta pequeña estaba llorando. Entonces el destino le enseñó una lección que nunca olvidará.

La primera vez que pronuncié su nombre, justo después del funeral, me derrumbé por completo. Mi hija había elegido el nombre durante su séptimo mes de embarazo. Dijo que era sencillo, dulce y fuerte, tal como esperaba que fuera su hija.

Ahora, cada vez que susurro “Lily” mientras la mezo para que se duerma, siento como si estuviera devolviendo la vida a la voz de mi hija.

Aferrándose cuando la vida se pone difícil

Criar a Lily no ha sido fácil. Los bebés cuestan más de lo que recordaba. Mi pensión desaparece antes de que termine el mes. Cuido niños de los vecinos, ayudo en la despensa de la iglesia con comida y rendí cada dólar al máximo. Aun así, algunas noches me siento a la mesa de la cocina, rodeada de facturas, preguntándome cómo sobreviviremos otro mes.

Entonces Lily se mueve en su cuna, abre sus ojos brillantes y sonríe.
En ese instante, recuerdo exactamente por qué sigo adelante.

Perdió a su madre antes de conocerla, y su padre se marchó antes de que aprendiera a gatear. Se merece a alguien que nunca la abandone.

Una invitación y una pequeña oportunidad para descansar

Un día, mi vieja amiga Carol me llamó desde el otro lado del país.
«Margaret, necesitas un descanso», me dijo. «Ven a visitarnos una semana. Trae a Lily contigo. Compartiremos las tomas nocturnas. Por fin podrás descansar».

Descansar. Qué hermosa palabra. Hacía meses que no descansaba de verdad.

Así que, tras dudarlo un poco, reuní el dinero suficiente para un billete de avión barato. Los asientos estarían apretados, pero era todo lo que podía permitirme.

Un vuelo lleno de lágrimas

Así fue como terminé subiendo a un avión lleno de gente, abrazando a Lily y a una bolsa de pañales. Recé en silencio para que el vuelo fuera tranquilo. Pero en cuanto me senté, Lily empezó a quejarse. En cuestión de minutos, sus suaves gemidos se convirtieron en llanto.

Lo intenté todo: mecerla, tararearla, revisarle el pañal, ofrecerle el biberón, pero nada funcionó. Su llanto se hizo más fuerte, resonando por toda la cabina. Sentí que decenas de ojos se volvían hacia mí.