Un millonario sorprende a sus trillizos llorando, intentando abrir la puerta para la niñera encerrada por la madrastra.

En la semana 32, la presión empezó a subir. Diagnóstico: preeclampsia. La obstetra fue clara:
—Vamos a tener que inducir el parto en la semana 34. Es lo mejor para las dos.

Marina pasó una noche llorando, temblando como aquella vez. Rodrigo la abrazó fuerte.

—Esta vez va a ser diferente. Y aunque tengamos miedo, no estás sola. Nunca más.

El parto fue intenso. El llanto del bebé cuando por fin sonó en la sala fue agudo, un poco débil, pero real. Marina se derrumbó en sollozos de alivio.

—Es niña —anunció la médica—. Pequeña, pero una guerrera.

Pesaba apenas un kilo y cien gramos. Fue directo a la UCI neonatal. Los días siguientes fueron una montaña rusa de noticias buenas y malas, leves infecciones, pulmones esforzándose por respirar. Pero la pequeña resistió. Cuarenta días después, con dos kilos, recibió el alta. La llamaron Clara, porque había llegado como una luz después de tanta oscuridad.

Cuando la llevaron a casa, los trigemelos, ya de cuatro años, se acercaron en silencio al moisés.

—Es tan chiquitita… —susurró Júlia.

—Ustedes eran aún más pequeños cuando nacieron —dijo Marina, sonriendo, dejando que miraran.

—¿Es nuestra hermana de verdad? —preguntó Pedro.

—Sí —respondió Rodrigo—. Hermana de sangre. Pero todos ustedes son mis hijos, igual.

Lucas, el mayor, tocó con cuidado la manito de la bebé.

—Voy a cuidar de ella —prometió—. Como cuidé de mis hermanos aquella noche.

Marina sintió que el corazón se le llenaba de orgullo y ternura.