“Señor, este niño vivió conmigo en el orfanato hasta los catorce años”, dijo la criada suavemente. Sus palabras dejaron paralizado al millonario, pues el niño del retrato se parecía mucho al hermano que había estado desaparecido durante años.

El niño olvidado

Clara explicó todo lo que recordaba.

Daniel fue llevado al orfanato de São Vicente a los seis años por una mujer que decía ser trabajadora social. Dijo que sus padres habían fallecido en un accidente. Allí creció tranquilo pero amable, con un don para el dibujo.

Cuando veía noticias de niños desaparecidos, lloraba en silencio. Y un día, tras una pelea en el orfanato, huyó y nunca más lo volvieron a ver.

Arthur sintió que los años de silencio se cernían sobre él. Decidió descubrir la verdad de una vez por todas.

El orfanato y el dibujo

A la mañana siguiente, Arthur contrató a un investigador privado y llevó a Clara al antiguo orfanato de São Vicente. El edificio se estaba cayendo a pedazos, pero una monja anciana, la hermana Madalena, aún vivía allí.

Al ver el retrato, palideció. «Dios mío... Daniel. Lo recuerdo. ¡Qué chico tan dulce!»

Arthur comparó los registros y encontró algo alarmante: el día que Daniel llegó al orfanato fue el mismo día en que la policía terminó la búsqueda de su hermano desaparecido.

“¿Cómo terminó aquí?” preguntó.

La monja explicó que una mujer con documentos falsos había traído al niño, alegando que era huérfano. Los documentos habían sido aceptados sin cuestionamientos durante una época caótica en el país.

Arthur apretó los puños. Todo tenía sentido ahora: el secuestro, las pistas falsas, el silencio. Su hermano había vivido a pocos kilómetros de distancia todos estos años.

Entonces la monja mencionó algo más. Antes de desaparecer, Daniel dejó un dibujo.

Mostraba una casa grande, un piano y dos niños tomados de la mano. En una esquina, con letra temblorosa, se leía: «Soy Lucas Menezes. Algún día mi hermano me encontrará».

Arthur y Clara lloraron. La verdad finalmente estaba tomando forma.

En busca de los años perdidos

Arthur regresó a casa y colocó el dibujo junto al retrato. El parecido era innegable.

Comenzó a buscar en cada registro, en cada informe, hasta que apareció una pista: alguien llamado Daniel Lucas Menezes había sido hospitalizado años atrás después de un accidente.

Arthur y Clara viajaron de inmediato. Un médico del antiguo hospital se acordó del joven.

—Tenía problemas de memoria —dijo el médico en voz baja—. Era un chico tranquilo, siempre dibujando. Solía ​​dibujar niños y pianos.

De una carpeta vieja, el doctor sacó otro dibujo. Era la misma casa, los mismos dos niños.

Antes de salir del hospital, el hombre había dejado una nota diciendo que regresaba al orfanato de São Vicente.

Arthur y Clara volvieron allí. El edificio estaba abandonado, cubierto de hiedra. Dentro, en una pared agrietada, encontraron dibujos nuevos, frescos, pero descoloridos por el tiempo.

Una casa. Un piano. Y debajo, las palabras: «Regresé, pero nadie me esperaba».

Clara se derrumbó. «Regresó, Arthur. Regresó».

Los ojos de Arthur se llenaron de lágrimas. Su hermano había intentado encontrar un hogar... y había sido olvidado de nuevo.