Empezó a notar detalles extraños. Ciertos pasillos estaban siempre prohibidos. Una oficina cerrada con llave en el ala este parecía rebosar de secretos. Por la noche, a veces creía oír susurros y sollozos ahogados. El personal evitaba el contacto visual cuando ella hacía preguntas, y las explicaciones de Daniel eran siempre vagas.
Una noche de insomnio, la curiosidad la venció. Emma siguió el sonido de una voz suave y suplicante detrás de las estanterías de la biblioteca. Sus dedos temblaron mientras presionaba un panel oculto. La estantería se abrió con un crujido, revelando un pasaje estrecho que conducía al ala este restringida de la mansión. Salió un aire húmedo y un tenue aroma floral, haciendo que se le revolviera el estómago.
Al final del pasillo, encontró una puerta cerrada con llave. Una voz baja llamó a través de ella: “¿Hola? ¿Hay alguien ahí?”
El corazón de Emma se detuvo. “Soy Emma”, susurró. “¿Quién eres?”
“Me llamo Claire”, llegó la respuesta temblorosa. “Por favor… ayúdame. No me deja salir”.
La conmoción recorrió a Emma. Daniel, el hombre que el mundo admiraba, estaba escondiendo a una mujer dentro de su propia casa. Quedó claro que su matrimonio era una fachada. Daniel se había casado con ella para mantener las apariencias mientras mantenía a Claire, su verdadera obsesión, atrapada y en silencio.
Esa noche, Daniel regresó tan encantador como siempre, sirviendo vino y preguntando por su día. A Emma le temblaban las manos mientras forzaba una sonrisa educada. Pero ahora, no era solo una esposa: era testigo de un secreto que podría arruinar a Daniel Whitmore. Y tenía un plan formándose en su mente, uno que podría cambiarlo todo.