No fue fácil, pero al cabo de algunos meses, comenzaron a verse con más frecuencia. Yo estaba allí, acompañando desde un lugar discreto, sin invadir. Y un día, Laura me abrazó al despedirse. Fue breve, torpe, pero sincero.
Aquel gesto selló la certeza que necesitaba: había tomado la decisión correcta.
Hoy, un año después, somos una familia imperfecta pero real. Javier y yo seguimos construyendo nuestro amor con más transparencia que nunca. Laura viene a comer los domingos. Y yo, que creía que mis historias estaban ya todas escritas, descubrí que incluso a los sesenta la vida puede sorprenderte.
Si te gustaría que escriba una segunda parte, una versión alternativa del secreto, o una historia con otro tono (más dramática, romántica o incluso humorística), cuéntamelo y la creo encantada.