—María… antes de seguir adelante, necesito contarte algo que no he tenido el valor de decirte.
Me quedé inmóvil. Él bajó la mirada. Y entonces, con una sinceridad que me heló la sangre, soltó la frase que cambiaría mi noche… y mi vida.
—No soy el hombre que tú crees. Hay algo importante que te he ocultado todos estos meses…
Y allí terminó la calma.
El silencio que siguió a sus palabras fue tan denso que podía oír mis propios latidos. Javier se pasó una mano por el cabello, nervioso, como si esperara que yo huyera en cualquier momento. Yo solo podía mantenerme rígida, mirando su rostro que, por primera vez desde que nos reencontramos, parecía envejecido por la culpa.
—Habla, Javier —susurré, intentando controlar el temblor en mi voz.
Se sentó en el borde de la cama y respiró hondo, como si aquello que iba a decirle estuviera atormentándolo desde hacía mucho tiempo.
—María, cuando volví a Valencia no estaba solo… o al menos, no del todo. —Hizo una pausa larga—. Tengo una hija. Una hija de treinta y ocho años. Pero eso no es lo peor. Ella no sabe que yo soy su padre.
Sentí un pinchazo en el pecho, como si alguien me hubiera arrancado el aire. No era el hecho de que tuviera una hija; eso era completamente comprensible en una vida adulta. Lo devastador era el secreto, el silencio, el engaño durante meses en los que habíamos hablado de todo… o eso creía yo.
—¿Cómo que no lo sabe? —pregunté intentando mantener la calma—. ¿Qué estás diciendo, Javier?
Él bajó la mirada.
—Fue un error de juventud. Una relación corta… yo era irresponsable, inmaduro. Ella nació y yo… desaparecí. No asumí nada. La madre nunca me buscó, y yo me convencí de que era mejor así. Hasta que hace un año la madre murió. Entonces me contactó una amiga de ella para decirme que mi hija estaba sola, que tenía problemas económicos y emocionales. Desde ese momento, me obsesioné con la idea de acercarme a ella. Pero no supe cómo hacerlo. Y cuando te reencontré a ti… —me miró con los ojos llenos de desesperación— …tuve miedo de perderte si te lo contaba.
Me quedé en silencio largo rato. Lo entendía… pero también sentía una profunda herida. Habíamos construido un amor basado en la sinceridad tardía, en la madurez que trae la edad. Pero él venía arrastrando una mentira que afectaba no solo a nuestra relación, sino a una vida completa.