“Estoy bien ahora que estás en casa. Eso es todo lo que importa.”
“No”, dijo Marcus con firmeza, apartándose para mirarla. “Me lo vas a contar todo.”
La verdad que nunca debió oír
“Te envío cincuenta mil dólares al mes”, dijo Marcus, intentando mantener la calma. “Me dijeron que viajabas, compras, disfrutabas de la vida. ¿Dónde está ese dinero?”
Emma bajó la mirada.
“Nunca lo vi”, dijo en voz baja. “Vanessa tiene la tarjeta. Tu madre controla la comida. Me dan una pequeña paga y me dicen que debería estar agradecida.”
Marcus sintió que le ardía el pecho.
“Dijeron que debería trabajar en casa”, continuó Emma. “Que no contribuyo en nada. Y si me quejaba…”
Su voz se convirtió en un susurro.
“Dijeron que les harían la vida muy difícil a mis padres en Ohio. Kyle presumía de tener ‘contactos’.”
Marcus apretó los puños. La gente a la que había rescatado de las dificultades se había vuelto cruel.
"Vengan conmigo", dijo con voz firme pero peligrosa. "Ahora".
La música se detuvo al entrar.
Marcus condujo a Emma al salón principal.
La música se cortó al instante.
Todas las conversaciones se apagaron.
Margaret se abalanzó sobre ella. "¡Marcus! ¿Por qué no nos dijiste que venías? ¡Nos habríamos preparado!".
Vanessa forzó una sonrisa, escondiendo discretamente su costoso bolso.
"Visita sorpresa, ¿eh?".
Marcus los miró con frialdad.
"Sí. Una sorpresa".
Alzó la voz.
"Una sorpresa ver a mi esposa tratada como una ayuda mientras ustedes gastan mi dinero".
Margaret se burló. "Lo prefiere así. Está a dieta".
"Eso es mentira", espetó Marcus. "La encontré comiendo sobras en la cocina de atrás. Vanessa, ¿dónde está su tarjeta?".
Vanessa tartamudeó. "Solo estaba organizando las cosas".
“¿Gestionando?” Marcus señaló hacia la entrada. “¿Es por eso que conducen coches nuevos y visten ropa de diseñador?”
La sala se quedó en silencio.
“Todos fuera”, dijo Marcus. “Se acabó la fiesta”.