No lo entendí del todo, así que simplemente me reí.
Tiempo después, la vida volvió a golpearnos: perdí mi trabajo y mi madre enfermó gravemente. Las deudas de las medicinas nos estaban asfixiando. Una noche, sentado en la oscuridad, pensaba en vender la casa cuando mi tío se acercó. Se sentó en silencio y dijo con voz tranquila:
“Cuando murió mi hermano, tu madre fue la única que me aceptó. Ahora me toca a mí devolvérselo. Prepárate y ven conmigo. No hagas preguntas.”