Mi tío acababa de ser liberado, y mientras toda la familia le daba la espalda, solo mi madre le abrió los brazos para recibirlo…

Vi a mi tío de pie frente a la puerta; delgado, con una mochila rota al hombro.
Mi madre sonrió y abrió la puerta.

“Pasa, hermano. Siempre habrá un lugar para ti en esta casa.”

A partir de entonces, mi tío vivió en la antigua habitación de papá. Todas las mañanas salía a trabajar; por la tarde arreglaba la cerca, barría el patio y cuidaba las plantas del jardín.
Una vez lo vi plantando algo y le pregunté qué era. Sonrió y dijo:

“Lo que siembre aquí… alimentará los corazones buenos.”

No lo entendí del todo, así que simplemente me reí.

Tiempo después, la vida volvió a golpearnos: perdí mi trabajo y mi madre enfermó gravemente. Las deudas de las medicinas nos estaban asfixiando. Una noche, sentado en la oscuridad, pensaba en vender la casa cuando mi tío se acercó. Se sentó en silencio y dijo con voz tranquila:

“Cuando murió mi hermano, tu madre fue la única que me aceptó. Ahora me toca a mí devolvérselo. Prepárate y ven conmigo. No hagas preguntas.”