He vivido con esta culpa todos los días de mi vida. Y cuando finalmente me armé de valor para buscarte, no sabía por dónde empezar. Te perdí de vista. Te mudaste a otro barrio, a otro trabajo... No sabía si quería que me encontraras o si me aterraba que lo hicieras.
No dije nada. No podía. Una parte de mí ardía de ira. Otra parte... estaba simplemente agotada.
Pero algo cambió. Una puerta que había estado cerrada durante más de una década acababa de abrirse.
Esa noche no pude dormir. Me senté a la mesa de la cocina, con un vaso de agua que no bebí, mirando al vacío mientras escuchaba los ruidos nocturnos del edificio. La confesión de la madre de mi exnovio no dejaba de dar vueltas en mi cabeza, como un carrusel que no podía parar.
Mi hijo llegó tarde de una reunión escolar. Lo vi entrar: alto, delgado, con esa sonrisa serena que siempre me tranquilizaba. No sabía si contarle lo sucedido. No sabía si tenía derecho a guardármelo para mí, pero tampoco sabía si él quería cargar con esa carga.
“Mamá, ¿estás bien?”, me preguntó cuando vio lo seria que estaba.
—Hoy vi a tu abuela paterna —solté, antes de poder cambiar de opinión.
Parpadeó sorprendido. No sabía casi nada de su familia paterna. Le había explicado lo básico cuando era más pequeño: que su padre se había ido y que ya no sabía nada de ellos. Porque era la verdad. Así que sí: nunca le mentí. Solo sabía la mitad de la historia.
Me escuchó atentamente mientras le contaba todo lo sucedido en el mercado. Cada palabra. Cada lágrima que derramó esa mujer. Cada confesión destrozó mi versión de los hechos.
Cuando terminé, apoyó los brazos sobre la mesa y respiró profundamente.
“¿Y cómo te sientes?” preguntó.
La pregunta me tomó por sorpresa. Esperaba que se enojara, que preguntara sobre su padre, que intentara encontrar a alguien a quien culpar. Pero no. Me preguntó. Y ese gesto, tan simple, tan maduro... me destrozó.
—Confundida —admití—. Furiosa también. No sé qué hacer con todo esto. No sé cómo... cómo perdonar algo así.
—No tienes que perdonar nada si no quieres —dijo con calma—. Pero quizá necesites sanar la herida.
Curarlo
Sí. Probablemente tenía razón.
Dos días después, la madre de mi exnovio pidió verme. Dudé mucho antes de aceptar, pero accedí. Nos vimos en un café tranquilo. Llevaba una carpeta delgada con papeles amarillentos.
⏬ Continua en la siguiente pagina ⏬