4. Un hogar propio
Pasaron las semanas. Anna recuperó la consciencia poco a poco y comenzó su larga recuperación.
Pero había un problema: necesitaría meses de rehabilitación. Los niños necesitaban un lugar seguro.
Esa noche, la enfermera Helen no pudo dormir. Su casa había estado en silencio durante años desde la muerte de su esposo. Había sido enfermera durante cuatro décadas, ayudando a sanar a los hijos de otras personas. Y ahora, no podía dejar de pensar en la niña de ojos valientes.
A la mañana siguiente, llamó a la puerta de la consulta del Dr. Harris.
"He sido cuidadora de acogida con licencia antes", dijo. "Y mi certificación sigue vigente. Quiero llevarme a Lily y a las gemelas a casa conmigo".
Él levantó la vista, sorprendido. "Es una decisión importante, Helen".
"Lo sé", dijo simplemente. "Pero esas niñas necesitan permanecer juntas. Y tal vez... yo también las necesito".
Una semana después, Lily se mudó a la acogedora casa de Helen en la calle Maplewood. La habitación de invitados se había transformado con ropa de cama de colores vivos, un pequeño escritorio para dibujar y estanterías para juguetes. Las gemelas dormían al otro lado del pasillo, en una habitación infantil llena de calor y luz solar.
Durante las primeras noches, Lily apenas durmió. Entraba de puntillas en la habitación del bebé una y otra vez, asegurándose de que los bebés respiraran. Helen la encontraba allí, cantando suavemente.
Una noche, mientras Lily arropaba a los gemelos, Helen dijo: «Tu madre se fortalece cada día».
«¿Cuándo podré verla?», preguntó Lily.
«Pronto. Y estará muy orgullosa de ti».
Lily dudó, con la voz baja. «Solo espero que se acuerde de mí».
«Nunca podrá olvidarte», dijo Helen. «Eres su latido».
5. La Visita
Era una fresca mañana de primavera cuando la camioneta llegó al Centro de Rehabilitación Willow Creek. Las manos de Lily temblaban mientras sostenía el cochecito de los gemelos. Helen se agachó y susurró: «¿Estás lista, cariño?».
A través de las puertas de cristal, vio a su madre sentada en una silla de ruedas bajo un cerezo en flor. Parecía más delgada, pero tenía los ojos abiertos, claros y escrutadores.
«¡Mamá!» Lily lloró, corriendo hacia adelante. Los brazos de Anna se abrieron justo a tiempo para atraparla.
Se abrazaron sin decir palabra. Las lágrimas caían a raudales, pero no solo eran de tristeza, sino de alivio, amor y perdón.
"Déjame verte", dijo Anna, ahuecando el rostro de su hija. "Mi valiente niña. Cumpliste tu promesa".
"Lo hice", susurró Lily. "Cuidé de Micah y Emma".
La mano de Anna tembló al apartar un mechón de cabello de la frente de Lily. "Y tú también me salvaste".
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