Nos quedamos paralizados, atónitos. La primera pregunta que me vino a la mente fue: ¿cómo diablos pudo haber llegado allí? ¿Tal vez ocurrió en la fábrica al llenar los conos? O, peor aún, ¿quizás entró después y se congeló dentro del postre?
Nos dio asco y horror. Mi hija ya ni siquiera podía mirar el cono; le temblaban las manos. Rápidamente saqué fotos y presenté una queja ante la empresa.
Ahora, incluso pensar en un helado me inquieta. Nunca se sabe lo que puede esconderse bajo esa capa perfecta y brillante de chocolate.