Mi compañera de clase pidió prestados 8.000 dólares y desapareció. El día que me casé, ella regresó en un coche de un millón de dólares, pero el sobre de la boda me dejó sin aliento.

El regalo más caro

Esa noche, después de que todos se hubieran ido a casa, me senté sola con mi vestido blanco y el extracto bancario todavía en mis manos.

Las lágrimas corrieron y empaparon la tela.

Y me di cuenta: a veces, el regalo de bodas más valioso no es el oro, ni el dinero, ni el lujo.

Es la verdad.
Cruda. Dolorosa. Pero necesaria.

Esa noche perdí a dos personas que alguna vez amé profundamente…
pero encontré algo más grande: una lección sobre la confianza y la fortaleza silenciosa de conocer mi propio valor.