El regalo más caro
Esa noche, después de que todos se hubieran ido a casa, me senté sola con mi vestido blanco y el extracto bancario todavía en mis manos.
Las lágrimas corrieron y empaparon la tela.
Y me di cuenta: a veces, el regalo de bodas más valioso no es el oro, ni el dinero, ni el lujo.
Es la verdad.
Cruda. Dolorosa. Pero necesaria.
Esa noche perdí a dos personas que alguna vez amé profundamente…
pero encontré algo más grande: una lección sobre la confianza y la fortaleza silenciosa de conocer mi propio valor.