Nada está bajo control. Esta noche, todo empieza a desmoronarse.
Coloqué una carpeta sellada sobre la mesa.
Avisos de desalojo. Reparto de bienes. Denuncia formal por maltrato económico y psicológico.
Daniel dio un paso atrás. El silencio se sintió definitivo. Ese fue el momento en que comprendieron: no había salida.
Nunca levanté la voz. La calma era mi arma.
Llamé a una ambulancia para Elena, no por las heridas visibles, sino porque la negligencia deja heridas invisibles. Mientras esperábamos, Daniel empezó a poner excusas, como siempre hace la gente cuando se siente acorralada.
"No sabes lo duro que es vivir con alguien así", dijo, señalándola. "Se negó a trabajar. Se volvió inestable".
“Dejó de trabajar porque la aislaste”, respondí. “Le cortaste el acceso al dinero, a su teléfono, a sus amigos. Eso no es amor. Es control”.
La mujer agarró su bolso.
«No quiero tener nada que ver con esto», murmuró.

—Elegiste la casa equivocada para aprender esa lección —respondí sin mirarla.