Se acercó y la observó con atención.
—Estás cubierta de hielo. Si no entras en calor, morirás mañana.
—Yo… no puedo…
—Quítate la ropa —dijo bruscamente—. Estás empapada.
Ella se estremeció. —No me toques…
—No pienso hacerlo. Pero si te quedas así, mañana solo encontraré un cadáver. Tú decides.
Se dio la vuelta.
Ella tembló, quitándose lentamente la ropa pesada que se le pegaba al cuerpo.
Cuando por fin se envolvió en la manta, él le ofreció una taza.
—Bebe.
—¿Qué es esto?
—Una infusión caliente. Calienta la sangre.
Ella tomó un sorbo. El amargor le quemó la lengua, pero una cálida sensación la invadió.
—¿De dónde eres?