La tormenta de nieve desgarró el cielo, como si intentara arrancar lo último…

“¡Resiste, muchacha! ¡No te atrevas a morir!”

Unos brazos fuertes la sacaron del ventisquero.

(Desarrollo)

Despertó con el crepitar del fuego. Al principio pensó que estaba muerta; reinaba un silencio sepulcral. Solo el crepitar de las llamas y el silbido del viento tras el muro.

Abrió los ojos: un techo, vigas de madera, una chimenea. Una cabaña.

“¿Dónde estoy?”, susurró.

Un hombre emergió de la oscuridad. Alto, de hombros anchos, con sienes grises y una mirada gélida.

Se quitó la capa mojada y la arrojó junto a la chimenea.

—Viva, entonces —dijo con voz baja y ronca—. Reza a Dios; no volvería a buscarte.

—¿Quién eres?

—Damian —no añadió su apellido—. Doctor. Aunque ya no soy médico, sino guardián de mi propia conciencia.

Intentó incorporarse, pero su cuerpo no respondía.