“La sirvienta falsamente acusada de robar una joya de un millón de dólares… Entonces, un niño de 7 años entró corriendo al tribunal y lo cambió todo…”

Finalmente, el juez habló. “Basándome en la evidencia y el testimonio de los testigos, incluido el relato convincente del joven Idan, este tribunal declara a Clara no culpable de ningún delito relacionado con el robo”.

El alivio inundó a Clara como un maremoto. Se volvió hacia Idan, con lágrimas corriendo por sus mejillas. “Fuiste tan valiente”, susurró. “No podría haber hecho esto sin ti”.

Adam dio un paso adelante, con la voz cargada de remordimiento. “Clara… me equivoqué. Mi madre —sus suposiciones— nunca debieron haberte costado tu dignidad. Lo siento mucho. Y prometo que nada como esto volverá a suceder”.

Margaret no dijo nada, incapaz de contrarrestar la verdad que había desmoronado sus acusaciones.

En las semanas siguientes, el verdadero ladrón fue aprehendido y el diamante recuperado. El nombre de Clara fue limpiado públicamente, y se le ofreció un puesto formal en el hogar, esta vez con respeto y autoridad. Ella declinó. En su lugar, eligió abrir su propia pequeña agencia de limpieza y cuidados, asesorando a mujeres jóvenes de su comunidad, enseñándoles el valor de la integridad y la resiliencia.