“La sirvienta falsamente acusada de robar una joya de un millón de dólares… Entonces, un niño de 7 años entró corriendo al tribunal y lo cambió todo…”

Los jadeos llenaron la sala. El rostro de Victor se tensó. A Margaret se le cayó la mandíbula. Los ojos de Adam se abrieron de par en par, y una mezcla de vergüenza y comprensión lo invadió.

Clara se acercó al estrado de los testigos con la guía de Sofía. Presentó pruebas metódicamente: recibos que mostraban sus compras modestas, grabaciones de seguridad de las cámaras menos conocidas de la mansión que mostraban su ausencia de la habitación donde se guardaba el diamante, y testimonios de vecinos y personal sobre su integridad. Cada pieza desmoronaba las afirmaciones de los Hamilton.

El juez se inclinó hacia adelante, intrigado. “¿Está diciendo que tiene pruebas de que Clara es inocente?”, preguntó.

“Sí, Su Señoría”, dijo Clara con firmeza. “Y creo que el verdadero culpable aún es desconocido, pero cooperaré plenamente para ayudar a recuperar la joya. Lo que no puedo aceptar es ser castigada por algo que no hice”.

Victor balbuceó, incapaz de mantener su apariencia compuesta, y Margaret se quedó sentada, congelada; su poder en la sala del tribunal había disminuido repentinamente. El rostro de Adam se suavizó, la culpa se asentó en él, al darse cuenta de que la magnitud de la influencia de su madre casi había arruinado a la mujer que había cuidado a su hijo.

El escenario estaba listo para una revelación final que restauraría la vida de Clara y expondría la verdad detrás del diamante desaparecido. ¿Pero escucharía finalmente el tribunal?

La sala estaba tensa, cada asiento lleno de anticipación. Las manos de Clara descansaban en el estrado mientras Idan se sentaba a su lado, sacando fuerza de la pequeña mano que ella sostenía.

“Su Señoría”, comenzó Clara, “tengo información que podría llevar a la recuperación del diamante. E implica a otra persona totalmente diferente”. Entregó el dibujo que Idan le había dado. Representaba una furgoneta de reparto estacionada cerca de la mansión el día del robo, con una figura sombría —uno de los empleados del catering— escabulléndose hacia la vitrina de los Hamilton.