La mujer que se quedó: un acto de bondad inesperado en un centro comercial

Una desconocida… pero una presencia familiar.
Lina se quedó conmigo durante horas. Hablamos de todo y de nada: sus hijos, la maternidad, los primeros días con un bebé, esas ansiedades que a veces no nos atrevemos a expresar.

Su voz era tranquila y serena. No minimizó lo que estaba pasando, sino que lo suavizó. Me sentí menos sola, menos vulnerable. Era como si una hermana mayor improvisada estuviera sentada a mi lado en esa cama de hospital.

Cuando por fin me permitieron irme a casa, insistió en acompañarme hasta el coche y esperó a que llegara mi marido antes de escabullirse.

Una frase que nunca olvidaré.
Antes de irse, me abrazó y me dijo:

"Ninguna madre debería tener que enfrentarse al miedo sola".

Nunca volví a ver a Lina. Ni intercambiamos números de teléfono, ni redes sociales, ni fotos de recuerdo. Solo su nombre… y ese día quedó grabado en mi memoria.

A veces, pienso en ella cuando miro a mi hijo. Me doy cuenta de que esta pequeña criatura estuvo rodeada de amor mucho antes de nacer, incluso de personas que ni siquiera conocíamos.

Prueba de que la bondad aún existe.
Ese día me enseñó algo valioso: la bondad no es espectacular. A veces, es simplemente una mujer que se queda cuando todos los demás pasan. Una mano que te sostiene, una mirada que no aparta la mirada, una voz que susurra: "Todo va a estar bien".

No sé dónde está Lina hoy, pero sí sé una cosa: ella me inspiró, a su vez, a ser la persona que se queda por alguien más.

Porque sí, la bondad aún existe, a menudo donde menos te la esperas.