La mujer que se quedó cuando todos los demás pasaban
Lina no lo dudó ni un segundo. Llamó a emergencias, me explicó la situación con calma y tomó las riendas cuando mi voz se volvió demasiado temblorosa. Me tomó de la mano mientras intentaba alejar los escenarios catastróficos que me cruzaban por la cabeza.
Cuando llegó la ambulancia, entré en pánico total. Podría haber vuelto a sus compras y reanudado su día. En cambio, se subió conmigo, me habló todo el camino e intentó hacerme sonreír contándome anécdotas de sus propios embarazos.
Todavía recuerdo que me dijo:
"Hasta que no estés en buenas manos, no me muevo".
En el hospital: del miedo al alivio
Una vez que llegamos al hospital, todo sucedió rápidamente. Las enfermeras se hicieron cargo de mí e intentaron tranquilizarme. Me llevaron a una habitación y me hablaron de pruebas, monitoreo y precauciones. Mi corazón latía con fuerza.
Mientras tanto, Lina esperaba afuera de la puerta. No estaba obligada a hacer nada, no me conocía, y aun así se negó a irse sin saber nada de mí.
Cuando el médico me explicó que no era un parto, sino una complicación que debía ser monitoreada, sentí un gran alivio. El miedo dio paso al alivio, y las lágrimas brotaron con naturalidad.
Al salir de la habitación, la vi ponerse de pie de un salto. Sus ojos escrutaron mi rostro en busca de alguna pista. Cuando le dije que todo estaba bien, sonrió como si me conociera de toda la vida.