💔 El Látigo Silencioso
La tarde avanzó lenta, pesada, como si el tiempo mismo se negara a seguir adelante frente al ambiente tenso que comenzaba a formarse dentro de la mansión. Diego permanecía oculto, observando con una mezcla de incredulidad, tristeza y creciente rabia, cómo la máscara de Valeria se desmoronaba sin resistencia alguna.
Apenas habían pasado unos minutos desde que entró a la sala cuando su tono natural, suave y meloso en público, se convirtió en un látigo frío que golpeaba sin necesidad de levantar la mano.
Mateo, el más sensible de los trillizos, derramó unas gotas de jugo cuando trataba de beber con cuidado. Ese pequeño accidente fue suficiente para desatar la furia contenida de Valeria.
“¿Otra vez tiraste jugo?”, le gritó, arqueando las cejas con un desprecio que heló la habitación. “Eres un desastre.”
Mateo, tembloroso, apenas pudo susurrar: “Yo… yo no fui.”
Valeria ni siquiera escuchó. Su mirada buscó inmediatamente otro blanco, como si necesitara seguir afirmando su superioridad.
“Y tú,” dijo girándose hacia Sofi, “deja esa muñeca, ya estás grande para tonterías.” Sin un ápice de delicadeza, le arrebató la muñeca de las manos y la arrojó sobre la mesa, como si fuera basura estorbando su camino.
El sonido del golpe suave del juguete contra la madera bastó para que la niña comenzara a llorar en silencio, apretando las manos contra su falda para no hacer ruido, como si temiera que cualquier sonido pudiera empeorar las cosas.
Luca, que siempre intentaba proteger a sus hermanos, aunque él también tuviera miedo, dio un paso sutil hacia adelante, pero Valeria no tardó en dirigir su veneno hacia él.
“¿Y tú?”, le dijo con una sonrisa torcida. “¿No piensas defender a tus hermanos? Siempre eres el valientito, ¿no?”
Luca bajó la mirada, no por cobardía, sino por esa sensación aplastante que produce el abuso emocional, esa sensación que confunde a un niño y lo hace creer, aunque sea por un segundo, que quizá hizo algo mal.
Desde la oscuridad del pasillo, Diego sintió cómo la sangre le hervía, cómo un ardor subía desde su estómago hasta su garganta, empujándolo a salir y terminar con todo en ese instante. Pero aún así se contuvo. Había pasado meses dudando de su intuición, meses sin evidencia, y ahora que la tenía, necesitaba ver toda la verdad, sin interrupciones, sin dejar espacio para manipulaciones posteriores.
Y lo que vino después fue la confirmación final de que Valeria no solo no amaba a sus hijos, sino que nunca los había querido cerca.