La Hacendada Que Fue Embarazada Por 3 Esclavos: El Caso Prohibido de Venezuela, 1831

“Todos sabemos lo que está pasando”, dijo Domingo. “Es una locura. Nos matarán a todos”, susurró José Gregorio. “Yo la amo”, confesó Miguel, el más joven. “No puedo evitarlo”.

Fue Domingo quien selló el pacto. “Todos la amamos, hermano. De maneras diferentes. Cuidarnos entre nosotros. Y cuidarla a ella. Porque cuando esto explote, y explotará, ella sufrirá tanto como nosotros”. No eran rivales, sino cómplices en una alianza imposible.

En julio, la verdad golpeó a Catalina. Náuseas matutinas. Su período no llegó. Estaba embarazada.

El pánico la invadió. ¿De quién era el hijo? Había estado con los tres. No había manera de saberlo. Estaba atrapada.

Una noche, mandó llamar a los tres a la biblioteca. “Estoy embarazada”, dijo sin rodeos. “Y no sé de quién de ustedes es el hijo”.

El silencio fue ensordecedor. Sabían que el castigo era la tortura y la muerte. “Podríamos huir”, dijo Miguel. “No llegaríamos ni a Caracas”, replicó Domingo.

Fue José Gregorio quien propuso la solución más desesperada. “Y si todo se revela. Si contamos la verdad completa. Nos matarán de todas formas, pero si nosotros contamos la historia, al menos quedará registro de que no fue violación. De que fue amor”.

Era un plan suicida, pero era lo único que tenían. Durante semanas, prepararon meticulosamente un documento explosivo. José Gregorio redactó la historia. Catalina asumió su responsabilidad, explicando su soledad y su rebelión contra una sociedad hipócrita. Domingo escribió sobre la deshumanización de la esclavitud. Miguel, sobre un amor que no conoce barreras.

Hicieron copias y las enviaron a un periódico liberal en Caracas, a un sacerdote progresista y a un político enemigo del tío de Catalina, Don Sebastián Mendoza, quien venía en septiembre a revisar las cuentas.

Don Sebastián llegó con su esposa mojigata, Doña Clemencia, y su hijo abogado, Rodrigo. Los primeros días fueron tranquilos. Pero al tercer día, Don Sebastián, alertado por Rodrigo, notó la verdad.

Cuando una ráfaga de viento pegó el vestido de Catalina a su cuerpo, vio la curva inequívoca. “Catalina, a mi despacho. Ahora”.