La chica pobre solo llevó una cesta de frutas a la casa de su novio para presentarse, pero inesperadamente, la madre de él mostró una actitud fría.

Doña Carmen asintió ligeramente y volvió a la cocina para decir algo a la empleada. Isabela no le prestó mucha atención, pensando que todo estaba normal.

Un rato después, se sirvió la comida. Frente a Isabela había un plato de verduras hervidas, sopa de calabaza aguada y un plato de tofu frío. Todo era sencillo, aunque desde la cocina se percibía un aroma delicioso. Por la rendija de la puerta, Isabela vio que una abundante comida —pollo dorado, pescado al vapor, camarones guisados, carne estofada…— estaba siendo retirada.

Diego frunció el ceño: “Mamá, ¿no habías preparado muchos platillos esta mañana?”
Doña Carmen sonrió forzadamente: “Ah, esos platos los reservamos para los invitados de esta tarde. Comer verduras también es saludable.”

Isabela sonrió levemente, tomó los palillos y probó un poco, pero ya había entendido la situación. El ambiente en la mesa se volvió tenso.

Después de un rato, dejó los palillos, se levantó con calma. Todos en la mesa la miraron. Su voz era tranquila pero clara:

“Señora, sé que su familia tiene más recursos que la mía. Nací en un pueblo y comer verduras hervidas o sopa aguada es algo normal para mí; incluso hubo días en que no teníamos nada. Pero hoy no vine aquí para probar mi resistencia, sino para conocer y compartir con su familia. La comida no es solo alimento: es también una muestra de bienvenida. Traje esta canasta de frutas, no porque no supiera comprar algo lujoso, sino porque es lo mejor que pude elegir con mis propias manos. Creo que el afecto y la sinceridad valen más que cualquier regalo.”

El ambiente se silenció. El padre de Diego tosió ligeramente, mirando a Doña Carmen con significado. Diego bajó la cabeza, claramente avergonzado.