¿Es posible dormir en la cama de una persona fallecida?

 

La muerte llega sin previo aviso. A veces entra en la casa tan silenciosamente que hasta el aire parece cambiar. De repente, la habitación donde alguien respiraba, reía y rezaba se queda en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido. Ante esta quietud, surge una pregunta que muchos sienten, pero pocos expresan:

¿Es posible dormir en la cama de alguien que ha fallecido?

¿Es peligroso? ¿Es irrespetuoso? ¿Algo de su alma permanece "apegado" a ese lugar?

Estos miedos son humanos. No provienen de supersticiones absurdas, sino del amor. Cuando perdemos a un ser querido, todo lo que tocó se vuelve sagrado. La cama donde descansó parece guardar un eco de su presencia, y el corazón duda entre acercarse a ella o evitarla.

Pero antes de tener miedo, es importante entender dónde reside realmente el alma del difunto.

El alma no está atrapada en la casa.

Uno de los miedos más comunes tras una pérdida es sentir que el espíritu sigue rondando la habitación. Se percibe en el silencio, en un aroma, en una prenda de vestir. Pero estas sensaciones no provienen del alma del difunto... sino del amor que aún conservamos.

La Escritura lo dice claramente:

“El cuerpo vuelve a la tierra, y el espíritu vuelve a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12:7).

Un ser querido no está atrapado en la almohada, los muebles ni la cama. El espíritu no vaga de una habitación a otra. No está suspendido entre este mundo y el otro.
Quien muere regresa a Dios.

Y en ese encuentro hay paz, no sombras.

Entonces ¿qué sentimos?

Ausencia.

Dolor.

Memoria viva.

La cama no encierra peligro. Encierra historia.

La cama no es un lugar de muerte, es un lugar de vida.

Cuando una persona muere, lo que queda en la habitación no es oscuridad. Es recuerdo. Es el rastro de todo lo vivido allí: conversaciones, cariño, risas, noches de compañía, oraciones compartidas.

El miedo surge no porque haya algo malo en la habitación, sino porque enfrentarlo nos obliga a mirar lo que evitamos:

Nuestra tristeza.

Nuestro vacío.

Nuestra mortalidad.

Por eso muchos tienen miedo de dormir allí. No le temen a la cama. Temen revivir el dolor.

Pero el amor no desaparece. Se transforma.

Lo que había en esa habitación no era la muerte: era la vida.

La cama no es una tumba. Es un testigo de lo que existió.