Un murmullo se apoderó de los invitados; algunos aplaudieron discretamente. Incluso el padre de Alejandro, Don Miguel, quien había permanecido en silencio toda la noche, se levantó lentamente. Con voz grave, dijo: «Ese uniforme fue cruel, Carmen. Sofía se merecía algo mejor».
La tensión en la sala aumentó a medida que Don Miguel continuaba, revelando que años antes, Doña Carmen le había hecho algo similar a otra nuera, humillándola en su propia boda. Alejandro permaneció inmóvil, comprendiendo finalmente la gravedad de lo sucedido. Sofía, con lágrimas en los ojos, respiró hondo, sintiéndose más fuerte que nunca.
—Gracias, mamá —susurró, abrazándome fuerte—. Ahora entiendo que no tengo que depender de nadie que me haga sentir inferior.
Doña Carmen, derrotada y humillada, salió de la habitación, mientras Alejandro agachaba la cabeza, conmovido y confundido. La velada continuó, pero la dinámica había cambiado para siempre. Sofía había recuperado su dignidad y su derecho al respeto.
Pero la historia aún no había terminado. Porque en ese momento apareció un invitado inesperado, alguien cuya presencia podría cambiarlo todo...