—Gracias, mamá —susurró, abrazándome fuerte—. Ahora entiendo que no tengo que depender de nadie que me haga sentir inferior.
Doña Carmen, derrotada y humillada, salió de la habitación, mientras Alejandro agachaba la cabeza, conmovido y confundido. La velada continuó, pero la dinámica había cambiado para siempre. Sofía había recuperado su dignidad y su derecho al respeto.
Pero la historia aún no había terminado. Porque en ese momento apareció un invitado inesperado, alguien cuya presencia podría cambiarlo todo...