En cuanto mi hija ganó 10 millones de dólares, me echó, me escupió "vieja bruja" y me juró que no vería ni un centavo. Me quedé callada. Nunca se molestó en comprobar quién era el verdadero dueño del boleto. Siete días después...

¿Trabajaba duro? Me quedé boquiabierta. Yo fui quien le pagó el alquiler durante años, quien crio a sus hijos mientras ella cambiaba de trabajo, quien le ofreció mi jubilación para que pudiera empezar de cero una y otra vez. Pero no dije nada. Todavía no.

Recogí mis cosas del suelo mojado, con las manos temblorosas, no de debilidad, sino de rabia y frío. Pensó que me iría a rastras, avergonzado. No sabía que había cometido un error. Un pequeño error, pero uno que le costaría todo.