El Sr. Reynolds se encogió de hombros. "No importa. Robar es robar".
Michael se arrodilló a la altura de Emily. "¿Por qué te llevaste la leche?", preguntó en voz baja. Finalmente, sus labios temblaron y susurró: "Para Liam y Sophie. Tienen hambre".
Esas palabras atravesaron el ruido de la ciudad que los rodeaba. Michael se levantó, sacó su billetera y le entregó al gerente un billete nuevo de cien dólares. «Por la leche. Y por las molestias que le causaste». Luego recogió la caja dañada y se volvió hacia Emily. «Ven conmigo», dijo con tono firme pero amable. «Ningún niño debería pasar por esto».
Emily dudó. No conocía a ese hombre, y el mundo nunca había sido amable con ella. Pero algo en la mirada de Michael, algo honesto y firme, la hizo asentir lentamente. Juntos, caminaron por la calle hasta una cafetería cercana. Michael pidió sándwiches calientes, chocolate caliente y, por supuesto, un cartón de leche recién hecho.
Mientras Emily bebía de la taza, con sus manitas aún temblorosas, Michael le preguntó sobre su vida. Poco a poco, la historia se fue revelando. Su madre había muerto de cáncer cuando Sophie tenía solo dos años. Su padre, que había sido mecánico, se había hundido en la desesperación. Trabajaba turnos ocasionales cuando podía, pero la mayoría de los días estaba fuera o durmiendo, dejando a Emily al cuidado de sus hermanos.
Michael escuchaba atentamente, sin interrumpir. Cada palabra le recordaba su propia infancia: las noches en que su madre se saltaba comidas para que él y su hermano pudieran comer. Recordaba la humillación de usar zapatos de segunda mano y hacer cola en los comedores sociales. Se había jurado a sí mismo que, una vez que tuviera éxito, ayudaría a los niños que enfrentaban las mismas dificultades.
"¿Dónde vives, Emily?" preguntó finalmente.
—En un apartamento. No es… bonito. Pero es lo único que tenemos —murmuró.
Michael apretó la mandíbula. Ningún niño debería tener que cargar con tanto peso. Terminó su café y dijo: «Me gustaría visitarte. No para juzgar. Solo para ver cómo puedo ayudar».
Emily parecía nerviosa, pero finalmente accedió. Juntos, caminaron por las frías calles hasta llegar a un edificio ruinoso con paredes agrietadas y luces parpadeantes. Dentro, Liam y Sophie estaban sentados en el suelo envueltos en mantas viejas. Al ver a Emily regresar con comida, se les iluminó el rostro, pero abrieron los ojos de par en par al ver a Michael.
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