Las noches en que dejó sobres con el dinero justo para evitar que los inquilinos mayores perdieran sus casas.
Ni una sola vez le dijo a nadie quién era.
"Ayudó a media manzana", susurró el hombre. "Y nunca quiso reconocimiento. Siempre decía: 'Una buena acción pierde su magia una vez que presumes de ella'".
Sentí una opresión en el pecho. Solo la conocía como la abuela frugal que ahorraba cada centavo. Pero estas personas la conocían como algo completamente distinto: una guardiana silenciosa, que observaba y daba desde la sombra.
Antes de irme, el hombre metió la mano en el bolsillo y me entregó un pequeño trozo de papel doblado.
"Me dejó esto hace años. Me dijo que se lo diera a su nieto algún día".
Me temblaban las manos al abrirlo.
Dentro, con su caligrafía familiar, solo había tres palabras:
"Abriga a alguien".
Sin instrucciones. Sin detalles. Solo una llamada: simple, humilde, inconfundiblemente suya.
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