Cuando mi abuela falleció, pensé que lo único que me había dejado era una modesta tarjeta de regalo de 50 dólares; no era precisamente la herencia con la que uno sueña, pero era perfecta para una mujer conocida por su extrema frugalidad. No sabía que esa pequeña tarjeta desvelaría una vida secreta que nos había ocultado a todos.
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