El vino, el desprecio y el renacer de Isabella

“No puedes ni freír un huevo como la gente”, se burló Margaret una mañana. “Mi hijo merece algo mejor.”

Isabella apretó los labios y guardó silencio.
David, en lugar de defenderla, se limitó a decir fríamente:
“La madre tiene razón, Bella. Deberías esforzarte más.”

Desde ese día, la humillación se volvió parte de su rutina. Isabella cocinaba, limpiaba y lavaba como una sirvienta, pero nada bastaba. Las palabras hirientes de Margaret la desgastaban, y la indiferencia de David dolía aún más.