Había decidido poner a prueba a su empleada más discreta y reservada, Clara Morales , una joven que llevaba apenas tres meses trabajando para él. Jamás levantaba la voz, jamás pedía nada, jamás se acercaba más de lo necesario. Su presencia era casi un susurro.
Adrián mirada había notado algo extraño últimamente: pasos suaves en la biblioteca cuando él se retiraba, una sombra al pasar frente al ventanal, y sobre todo… la forma en que Clara desviaba la cada vez que él entraba en una habitación.
La curiosidad se volvió obsesión.
Por eso fingio dormir.
Para verla. Para descubrir si ella ocultaba algo.
Para saber quién era realmente la joven a la que apenas conocía.

La hora silenciosa
Clara entró pasadas las once, con el cabello recogido y las manos temblando ligeramente. Llevaba un vaso de agua y una manta doblada con cuidado infantil. Caminó hacia él despacio, como si temiera despertarlo.
Adrián entrecerró un poco los ojos, lo suficiente para observar sin ser descubierto.
Ella dejó el vaso sobre la mesa, pero no se retiró. Se quedó de pie, mirándolo con una expresión que él nunca había visto en su vida: ternura pura, sin máscaras .
Después, con un gesto tímido, le colocó la manta sobre los hombros.
Y entonces ocurrió lo que Adrián jamás había esperado.