Ese plato no estaba vacío porque ella hubiera comido.
Estaba vacío porque Clara la había obligado a hacer algo terrible.
Y esa noche entendí que mi hogar se había convertido en una mentira peligrosa.
El descubrimiento del plan
La confronté. No podía seguir callando.
La llevé a la sala y le dije:
—Vamos a hablar. Si me mientes, será la última vez que me dirijas la palabra.
Clara trató de mantener la calma, pero su rostro cambió. Su máscara se rompió.
Finalmente confesó que llevaba meses “ayudando” a mi madre, pero esa ayuda tenía un motivo oculto: mi herencia.
Años atrás, cuando tuve un problema de salud, había redactado un testamento. En él, establecía que si mi madre quedaba incapacitada física o mentalmente, todos mis bienes pasarían a mi esposa, ya que no teníamos hijos.
Clara lo sabía. Y planeó cada detalle.
Con la excusa de cuidar a mi madre, comenzó a darle pastillas “nutritivas” que en realidad eran supresores del apetito mezclados con laxantes. Le hacía creer que eran para su digestión.
El objetivo era debilitarla, hacerla parecer enferma para que los médicos la declararan incapaz de vivir sola. Así, el testamento se activaría y todo pasaría a manos de Clara.