Mi madre, la señora Elena Ramírez, siempre fue mi mayor apoyo. En cada logro, en cada decisión difícil y en cada éxito, fue la única que nunca me vio como un empresario o como “el señor Ramírez”, sino simplemente como su hijo.
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Pause
Pero hace unos meses, algo comenzó a cambiar.
Venía a casa con menos frecuencia. Y cuando lo hacía, la notaba diferente: la ropa le quedaba grande, su rostro había perdido el color, y sus ojos, antes llenos de vida, parecían cansados.