Decidí poner a prueba a mi marido y se lo dije.

 

 

No tenía nada con qué rebatirlo. Ningún argumento. Ninguna defensa.

Porque la verdad siempre sale a la luz al final.

Y mientras él permanecía allí, conmocionado, destrozado, tomé mi bolso, mis documentos y me dirigí a la puerta.

 

Antes de irme, dije: