Cuando estaba embarazada de ocho meses, escuché por casualidad algo terrible sobre mi esposo millonario y su madre algo que no podía creer.

En nuestro nuevo hogar—un departamento desconocido para Adrian—las paredes estaban vacías, el aire fresco. Grace dormía con la tranquilidad absoluta de los recién nacidos. Preparé té y miré el horizonte. La ilusión se había roto, pero detrás quedaba algo más fuerte: un plan escrito a plena luz, una hija que solo conocía el calor, y un padre que apareció cuando la noche se volvió contra mí.

Cerré la puerta. Y entonces, por fin, dormí.