En nuestro nuevo hogar—un departamento desconocido para Adrian—las paredes estaban vacías, el aire fresco. Grace dormía con la tranquilidad absoluta de los recién nacidos. Preparé té y miré el horizonte. La ilusión se había roto, pero detrás quedaba algo más fuerte: un plan escrito a plena luz, una hija que solo conocía el calor, y un padre que apareció cuando la noche se volvió contra mí.
Cerré la puerta. Y entonces, por fin, dormí.