Ayudó a una mujer sin saber que ella era la jueza que tenía su destino en sus manos…

Bid Paula 12 Seperó la puerta sin decir palabra, agradeció al guardia con una sonrisa forzada y salió corriendo escaleras arriba. como si llevara dinamita en la mano. De vuelta en la sala, Andrés llegó justo cuando el secretario anunciaba la reanudación de la audiencia. Tomó asiento sin aliento mientras sentía los ojos de todos clavados en él. ¿Está listo, señor Herrera?, preguntó la jueza con tono firme. Sí, su señoría, encontré la evidencia. Salgado soltó una carcajada baja. Otra fantasía, sin duda.

Andrés no le prestó atención, caminó hasta el escritorio central y colocó la memoria frente al auxiliar técnico. Por favor, ¿pueden reproducir el video en la pantalla? La jueza asintió con cautela. La sala se sumió en silencio mientras el archivo cargaba. La imagen era clara, una toma desde una cámara de seguridad colocada en una esquina del pasillo de oficinas. La fecha y hora estaban marcadas en la esquina inferior. 12 de septiembre, 21:43 horas. Se veía a Paula Aguilar entrando al edificio usando una tarjeta de acceso.

No llevaba bolso. Miraba hacia los lados, caminaba directo al área de sistemas. Pocos minutos después volvía a aparecer en el video, esta vez con un bolso negro grande colgado del hombro. Caminaba más rápido. Salió del edificio sin mirar atrás. La imagen se detuvo. Andrés se giró hacia la jueza. Ese video lo descargué directamente del sistema de seguridad de la empresa antes de que lo eliminaran. Paula tenía acceso nocturno y como verá ella fue la última persona en entrar y salir esa noche.

Salgado se levantó de golpe. Objeción. Ese video puede ser manipulado. No hay pruebas de que silencio. Ordenó la jueza con voz firme. Este tribunal ha visto la evidencia. El contenido será analizado en conjunto con las contrapartes técnicas. Señor Herrera, ¿tiene algo más que agregar? Sí, su señoría, fui despedido injustamente y ahora quieren hacerme cargar con un delito que no cometí. Solo quiero limpiar mi nombre. La jueza se quedó en silencio por unos segundos. Tenía la vista fija en Andrés, pero no era la mirada de alguien indiferente.

Era una mezcla de confusión, atención y algo más. Tal vez un destello de reconocimiento. El tribunal tomará un nuevo receso para evaluar esta evidencia. Señor Salgado, señorita Aguilar, estarán disponibles para interrogatorio posterior. Esta audiencia aún no ha terminado. Golpeó el mazo una vez. La sala comenzó a vaciarse lentamente. Andrés se dejó caer en el banco. Su respiración temblaba, pero por primera vez en semanas sentía un poco de alivio. La jueza se puso de pie y antes de salir se giró brevemente para verlo una vez más.

Sus ojos se cruzaron y en esa mirada ya no había duda. Lo había reconocido. La tarde caía sobre la ciudad, pero dentro del juzgado el aire seguía tan denso como al mediodía. El video había hecho tambalear los cimientos de la acusación, pero Andrés sabía que aún no estaba libre. No oficialmente, no. mientras el abogado Salgado siguiera sonriendo como si tuviera un as bajo la manga. Después del receso, la audiencia fue pospuesta hasta la mañana siguiente. Se necesitaba tiempo para autenticar el video, revisar los registros y reabrir ciertas líneas de investigación.

La jueza no lo dijo directamente, pero su tono dejaba claro que algo en esa historia comenzaba a oler mal. Cuando Andrés salía del edificio con la cabeza baja y las piernas cansadas, una voz lo detuvo justo antes de cruzar la puerta principal. “Herrera, dijo Salgado con ese tono condescendiente que usaba cuando creía que estaba en control. Tiene un momento.” Andrés se giró. Paula Aguilar estaba a su lado con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Miraba alrededor como si temiera que alguien los estuviera observando.

¿Qué quieren?, preguntó Andrés sin molestarse en ocultar su desconfianza. Solo hablar, dijo Salgado levantando las manos. Aquí no. Vamos a caminar. Andrés dudó. Cada fibra de su cuerpo le gritaba que no confiara. Pero su instinto, ese que lo había hecho detenerse a ayudar con una llanta ponchada, le decía que algo valioso podía salir de esa conversación. Caminó con ellos hacia un rincón más apartado, cerca del estacionamiento. No había cámaras, solo una vieja máquina de refrescos y unas bancas oxidadas por el sol.

“Mire, Andrés”, empezó Salgado con tono suave. Lo de hoy fue inesperado, pero no todo está perdido. Usted y yo sabemos que en estos asuntos lo legal y lo práctico no siempre van de la mano. Andrés alzó una ceja. ¿A qué se refiere? Salgado intercambió una mirada rápida con Paula y luego sacó un sobre manila del portafolio. 20,000 pesos en efectivo. Mañana en la audiencia usted se declara culpable. dice que actuó solo por desesperación económica. Nosotros pedimos clemencia al tribunal.

El juez, perdón, la jueza, lo condenará a trabajo comunitario o una multa menor. Nada de cárcel. En dos meses esto se acabó. Andrés no respondió, solo los miraba con una expresión que mezclaba sorpresa, rabia y cálculo. ¿Y ustedes qué ganan? La empresa cobra el seguro por pérdida de equipo. Todos contentos. Nadie sale más herido de lo necesario. Y si digo que no, entonces habrá contrademandas por difamación, por falsificación de evidencia. Vamos a arrastrarlo hasta que no tenga ni para apagar la luz.

Paula habló por primera vez. Acepta, Andrés, ya perdiste tu trabajo. No necesitas perder también tu vida entera por orgullo. Andrés bajó la mirada y suspiró profundo. Luego levantó la vista lentamente. Está bien, acepto. Salgado sonríó como un depredador satisfecho. Excelente decisión. Lo que ninguno de los dos notó fue el pequeño dispositivo negro escondido dentro del bolsillo interior de la chamarra de Andrés. Una grabadora digital del tamaño de una llave USB encendida. Esa noche Andrés no durmió. Sentado en su cama escuchó la grabación una y otra vez.