Esa mañana Andrés no sabía que al detenerse a ayudar a una desconocida estaba a punto de cambiar su destino para siempre. El reloj marcaba las 6:37 de la mañana cuando Andrés Herrera cerró de golpe la puerta de su pequeño departamento en la colonia obrera. Traía los ojos hinchados de no dormir bien y las manos temblorosas de tanto darle vueltas al asunto. Apretaba con fuerza un portafolio barato que guardaba su única esperanza.
Una memoria USB con un video que, según él, podía cambiarlo todo. Tenía que estar a las 7:30 en el juzgado del centro. No podía llegar tarde. No, otra vez. Sutsuru blanco, ya más cinta adhesiva que carro, rugió con un quejido al encender. Se persignó rápido, como cada mañana y tomó rumbo al sur. El tráfico era denso, como si la ciudad supiera que ese día no le podía fallar. Al tomar una curva en una vialidad secundaria, Andrés vio a una mujer parada junto a un sedán gris con la cajuela abierta y una llanta de refacción tirada en el suelo.
Estaba de espaldas. Claramente frustrada, movía los brazos con desesperación y el celular no le daba señal. Andrés frenó sin pensarlo. Su instinto era más fuerte que su ansiedad. ¿Necesita ayuda, señora?, preguntó bajando la ventana. La mujer se giró morena, delgada, de cabello recogido y ojos que mezclaban firmeza con algo de angustia. No parecía mayor que él, aunque su porte era el de alguien acostumbrado a estar en control. Sí, por favor. La llanta se ponchó y no tengo fuerza para cambiarla.
Voy tardísimo. Andrés aparcó sin dudar, tomó su gato hidráulico del maletero y se agachó junto al coche de la mujer. No se preocupe, en 10 minutos está rodando otra vez. Ella no dijo mucho mientras él trabajaba, solo lo observaba casi estudiándolo. Andrés, por su parte, evitaba cruzar miradas. Sentía que el tiempo le respiraba en la nuca, pero había algo en ayudarla que le traía paz, como si el universo le estuviera ofreciendo una tregua. “Tiene una cita importante?”, preguntó ella rompiendo el silencio.
“Sí, señora, muy importante. ¿Y usted? También primera vez en un nuevo puesto y ya voy tarde. ¡Qué vergüenza!” Andrés sonríó sin levantar la mirada. A veces los días que empiezan mal terminan bien, o eso quiero creer. Cuando terminó de ajustar la llanta, se limpió las manos con un trapo sucio y le devolvió la mirada. La mujer se le quedó viendo un segundo de más. Gracias. ¿Cómo se llama? Andrés, Andrés Herrera. Gracias, Andrés. No sé qué habría hecho sin usted, pues llegar tarde como yo.